Pastoral Universitaria

La aventura comienza.

Primer Encuentro de Universitarios

Ellos son el grano de mostaza que pronto se convertirán en un árbol frondoso.

Promoviendo la Pastoral Universitaria

El encuentro en San Pedro La Laguna fue una buena experiencia.

Análisis y diálogo

El diálogo y el análisis es importante en el conocimiento, transmisión y defensa de la fe.

¡Vamos a Río!

Nuestra Iglesia es joven. Lo demuestran los millones de jovenes que estarán junto al Papa en Río de Janeiro.

martes, 30 de abril de 2013

EL BIEN COMÚN



En el contexto donde vivimos existen muchas realidades de vida con abismal de diferencias entre sí. Cada día nos damos cuenta del avance del desarrollo de muchos pueblos gracias al avance de las técnicas y de las ciencias, pero también percibimos grandes desgracias y desalientos de vida de muchas personas. Esto nos induce a una profunda reflexión enraizada desde la misma realidad humana, es decir, desde la civilización y la comunidad que nos vio nacer y preguntarse, ¿qué he hecho por el bien de los demás? ¿He buscado el bien de mi comunidad?...

Es necesario preguntar, ¿qué es el bien común? El bien común es el bien de ese “todos nosotros”, es decir, formado por personas, familias y por grupos sociales que están en comunidad. El bien común abarca a todos. Es el bien de ese “nosotros”. El bien común es la caridad que se debe practicar. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo eficaz, el cual, implica satisfacer las necesidades. El bien común debe de manifestarse en el vivir social de las personas. Con mayor razón, el bien que no se consigue individualmente se sirve y se apoya en los beneficios que proporciona el bien común.   El bien común no disminuye ni elimina al bien individual, sino que lo ayuda para su realización en comunidad.  

                Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Es un gran desafío para las personas, familias, instituciones, entre otros, alcanzar el bien común; ya que es un desafío que nos compromete a todos. Es un deber de toda persona humana según sus capacidades y posibilidades dentro de la comunidad.  

El compromiso por el bien común va más allá de los compromisos meramente políticos o aquellos compromisos que se suspenden en las organizaciones del gobierno o en cualquier ONG. Es necesario que la labor que hay que realizar progrese armoniosamente en vista del bien común, porque éste no está para engendrar miserias comunitarias que siempre son retrocesos para la humanidad, sino para alcanzar un progreso verdaderamente digno de la persona humana. Por tanto, esforzarse por buscar el bien común es alcanzar los deseos y esperanzas fundamentales de las personas, de las familias y de la comunidad. Por eso, todo cristiano está llamado a la consecución de este bien. 

                ¿Por qué no se logra el bien común que tanta falta hace? En una cultura enferma de valores humanos, vestido de materialismo y hundido en el individualismo, no logra el bien común porque muchas personas solo buscan el interés personal aprovechándose de los bienes que en justicia pertenecen a los otros; porque los encargados de muchas instituciones que supuestamente están al servicio de la comunidad se apropian de los beneficios con destinos para solventar necesidades de la comunidad… No cabe duda, el hombre que no se interesa por el bien común es un hombre sin aspiraciones de una comunidad más humana y fraterna.

                Para terminar, en una sociedad globalizada y marcada por grandes diferencias sociales, es necesario que cada persona practique la caridad, que supere los deberes de justicia y que vive los valores cristianos y humanos. La sociedad actual logra un verdadero desarrollo sólo cuando las personas estén en apertura hacia los demás superando los intereses personales y que nadie permanezca indiferente antes las necesidades del otro.

INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA Y SU REDACCIÓN


“A la Biblia se le reconoce universalmente una sólida autoridad en el plano ético, así como también ha tenido y mantiene una notable influencia en el arte, el cine o la creación literaria. No pocos críticos consideran a la literatura bíblica como el principal resorte para la representación de la realidad en la cultura occidental. (…) Pero la Biblia no es un simple monumento de interés cultural, sino que es, sobre todo, un libro religioso que responde a las grandes preguntas que, de un modo u otro, todo hombre se plantea” (Francisco Varo; Las claves de la Biblia; p. 11).
Ahora bien, ¿por qué esta notable influencia de la Biblia en nuestra cultura y en nuestras vidas? Ningún libro, por ingente y científico que fuera, ha ejercido tanto como la Biblia y se ha mantenido por casi dos milenios (y eso si hablamos solo del N. T.). La respuesta es esta: “hombres movidos por el Espíritu Santo, han  hablado de parte de Dios” (2 p. 1, 21b), por iniciativa de Dios. Como se ve, aquí concurren tanto el hombre con sus facultades como Dios. Por un lado, Dios mismo escribe lo que quiere decir (Dt 9, 10), pero por otro, manda a los hombres que escriban sus palabras para enviarla a todo el orbe (Ap 1, 11; 14, 13) que son sus verdaderas palabras (Ibíd 19, 9; 21,5) y que unos hombres dan ¡fe de ello! (2 P 1, 18; 1 Jn 1, 1) así como un notario—por poner un ejemplo, y como tal quedándose corto—da fe de unas palabras que los contrayentes se dicen el uno al otro (Art. 99 código civil). Y esto en todos los tiempos; porque “la historia es un ininterrumpido reponer fundamentos y retejar techos para la casa de la vida humana” (Olegario Gonzáles de Cardedal; Rátzinger y Juan Pablo II; p. 186) con—y principalmente—la ayuda de Dios. Así, los hombres “narran los hechos y disciernen intervenciones divinas”; proponen verdad (revelación de Dios en Cristo) y verdades (las consecuencias que implican o se derivan de ella)”; “crean formas de vida”; acogen o suscitan y sostienen esperanzas humanas” y, finalmente “anuncian las promesas divinas (Ibíd. Pp. 189-196). Esto es, pues, la inspiración divina: Dios que habla al hombre de todos los tiempos en su cotidianidad, y éste acoge y escribe en plena libertad. Así,  “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1, 1b) que se encarnó (Jn 1, 14) y entró en nuestra historia.
         

viernes, 19 de abril de 2013

Bienes y Deberes




Queridos amigos y amigas. Hoy quisiera compartir con ustedes una parte de la realidad de nuestra existencia. Ya que todos peregrinamos en esta vida, nos movemos, trabajamos, jugamos, etc. En esos quehaceres cotidianos detengámonos un poco, sentémonos y reflexionemos sobre lo que estamos realizando en nuestra vida; sólo así nos daremos cuenta que no somos los únicos seres sobre esta tierra, sino que hay otras personas con quienes nos encontramos, con necesidades y exigencias iguales o distintas a las nuestras. Por ello debemos regular nuestra conducta humana por dos llamadas distintas de la naturaleza: la nuestra (desde dentro) y la de los demás (desde fuera).

La primera llamada es a partir de nuestro propio ser. Ya que el hombre tiene necesidades primarias  (de alimentarse, dormir…) y secundarias (el vestuario, deporte…). Esto nos lleva a mirar nuestra relación con los demás. A esta dimensión de la conducta humana le llamamos “bienes”. Ahora bien ¿qué significa el concepto bien? Aristóteles lo ha definido como “lo que todos apetecen o desean”. Toda persona humana tiene este deseo, nos atraen muchas cosas; pero la elección de todo ello ha de ser a partir del uso de la capacidad de la inteligencia. Es decir, desear aquello que nos apetece con el desarrollo de nuestra inteligencia y no por nuestros instintos (que es propio de los animales). Por ejemplo: el dinero y la comida son un bien, pero el dinero no es comestible pero puede proporcionar comestible; en esa medida es un bien en relación con la inteligencia humana (lo que un animal es incapaz de captar la relación entre el dinero y la comida).

Por otro lado, está la llamada que dirigen las personas y cosas que nos rodean; con los mismos derechos, necesidades y el cuidado al igual que nosotros. Esto nos lleva a cuestionarnos e imponernos obligaciones en la vida, es decir: nuestros deberes frente a las realidades que nos rodean. Hemos dicho que los seres irracionales, solo sienten la voz de sus instintos, pero los hombres oímos también voces de los seres que nos rodean.  Le es propio del hombre sentirse obligado por esas voces. Se preguntará ¿por qué? Porque estamos dotados de inteligencia y voluntad, por lo cual, llegamos a conocer cómo son las cosas, y por eso, nos sentimos obligados a tratarlas con respeto. Por ejemplo: un hombre normal y consciente no puede comer tranquilo, mientras tiene al lado a otro hombre hambriento; sabe lo que siente y necesita, le condiciona y le obliga.

Por tanto, los bienes nos atraen y los deberes nos obligan. Para llevar a cabo hemos de formar nuestra conducta como un arte de conjugar bienes y deberes, de poner cada cosa en su sitio, de poner orden en los amores cotidianos. Una regla de oro (de doble dimensión) que nos ayuda a alcanzar nuestros bienes y a realizar nuestros deberes es: la primera en forma pasiva o neutral en la vida es no hacer a otro lo que a ti no te gustaría que te hicieran; la otra forma es activa y muy exigente, hacer a otros lo que a ti te gustaría que te hicieran. Este adagio refleja e ilumina nuestros bienes y deberes para consigo mismo y para los demás.  


Diego Mendoza D.