La
tradición de la Iglesia ha transmitido desde los primeros siglos el carácter
sobrenatural del nacimiento de Cristo.
Ya
los evangelios de la infancia lo atestiguan: Sn Mateo en su evangelio dice: “Su
madre, María, … se encontró en cinta por obra del Espíritu Santo… ” (Mt 1, 18)
“… hasta que ella dio a luz un hijo, a quien puso por nombre Jesús” (Mt 1, 25).
San
Lucas nos narra: “Mientras estaba allí, se le cumplieron los días del
alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo
acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2, 6-7)
Estos
evangelios nos muestran con sencillez y claridad el gran misterio del nacimiento de Jesús. De
estos testimonios la Iglesia se ha servido para proclamar el nacimiento natural
y a la vez sobrenatural de Cristo.
A
finales del s. II San Ireneo señala que el parto fue sin dolor y Clemente de
Alejandría, afirma que el nacimiento de Jesús fue virginal.
En
un texto atribuido a San Gregorio Taumaturgo dice: “al nacer (Cristo) conservó
el seno y la virginidad inmaculados, para que la inaudita naturaleza de este
parto fuera para nosotros el signo de un gran misterio”
Esta
tradición ha sido sancionada también por el Magisterio afirmando que María fue
virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Con ello se ha
profundizado en la Maternidad Virginal de María.
Vemos
pues, que Jesús nació verdaderamente como todo hombre del seno de su madre
María, pero de una manera milagrosa en donde se mantuvo intacta la virginidad
de su madre, un parto milagroso y sobrenatural.