Estimad@ Universitari@, en esta ocasión quisiera que
consideres la virtud del optimismo cristiano. Sin duda alguna, a lo largo de tu
vida, te has encontrado en situaciones difíciles o problemáticas -en el
ambiente familiar, en los estudios o en el trabajo- y en medio de ellas, cuando
haces un cálculo de tus propias fuerzas y posibilidades, descubres que no son
suficientes para salir adelante, puesto que te superan las dificultades de la
propia vida y del apostolado. La sola fuerza humana te llevaría al desaliento y
al pesimismo, y te haría olvidar el optimismo que implica tu vocación de
cristiano. Quizá hayas escuchado aquél refrán que dice “quien deja a Dios fuera
de sus cuentas, no sabe contar”; y en definitiva, si haces a un lado a Dios, no
te saldrán las cuentas, puesto que olvidarías precisamente “el sumando de mayor
importancia”. Olvidar ese sumando sería falsear la verdadera situación. Ser
sobrenaturalmente realistas nos lleva a contar con la gracia de Dios, que es un
“dato” bien real.
El optimismo del cristiano no se fundamenta en la ausencia
de dificultades, de resistencias o de errores personales, sino en Dios, que nos
dice: “Yo estaré con ustedes siempre” (Mt 28, 28). Con Él lo podemos todo;
vencemos incluso cuando aparentemente fracasamos.
Ten presente que el optimismo de todo cristiano debe ser
consecuencia de su fe y no de las circunstancias. Has de saber que el Señor ha
dispuesto todo para tu mayor bien, y que Él sabe sacar fruto incluso de los
aparentes fracasos. Sin embargo, pide que tú emplees todos los medios humanos a
tu alcance. ¿Recuerdas los cinco panes y los dos peces? Ciertamente eran poca
cosa en comparación con todos los que andaban hambrientos después de una larga
jornada, pero era la parte que habían de poner ellos para que el milagro se
realizara.
Pon a disposición de Dios todo aquello que sea necesario (incluso
aunque te parezca algo ínfimo), y verás que Él será quien se encargue de hacer “el
milagro”. Si vives siempre el optimismo cristiano, alcanzarás todo
aquello que te propones (en la universidad, en tu familia, en el trabajo, etc.), porque el motor de todas tus acciones será Dios
mismo.
Lester Puac.
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