miércoles, 2 de mayo de 2012

Nuestro trabajo: ¡trabajar!

Con frecuencia se oye decir que “si Adán no hubiera pecado no tendríamos por qué trabajar”, y se reniega de algo que es tan sagrado porque encuentra su origen, al igual que todo cuanto existe, en Dios mismo. El primer gran Trabajador es Dios, quien hizo el cielo y la tierra y encomendó al ser humano proseguir su obra: trabajar la tierra que le confiaba. El trabajo, entonces, no es fruto del pecado, como se piensa, si no un encargo dado por Dios al ser humano.  Y es aquí de donde radica la dignidad de todo trabajo humano, el cual no es un castigo si no un medio que sirve no solo para subsistir sino también para ser colaboradores de Dios y, a la vez, medio para alcanzar la unión con Él.  San Benito, hacia el siglo VI, exhortaba a “orar y trabajar”, unir dos momentos que parecieran distintos y sin ninguna relación pero que son complementarios y que hoy en día parecen estar contrapuestos. Todos estamos llamados a realizar alguna labor en esta vida. Jesús mismo trabajo con sus propias manos y nos dio así ejemplo de trabajo.  Muchos de nosotros trabajamos y estudiamos, otros solo se dedican a estudiar, en cualquiera de los casos el estudio también es un trabajo, y trabajo serio que requiere esfuerzo, dedicación y sinceridad sabiendo que de cómo nos preparemos dependerá el futuro de nuestra sociedad, la cual necesita de hombres y mujeres trabajadores, capaces de responder a sus necesidades inmediatas y de solucionar problemas urgentes. Estudiar a conciencia y con sinceridad hará de nosotros personas de fiar, comprometidos con nuestro mundo.  Y quienes solo se dedican al trabajo también han de recordar que su trabajo los dignifica y los debe llevar a Dios.  El trabajo bien hecho es de gran ayuda para la sociedad, la cual no solo se beneficia de los servicios y frutos que el trabajo deje, sino también de la calidad de personas que lo realicen. Y con esto termino: solo sabras si eres una persona de calidad si tu trabajo o tu estudio es algo “de calidad”, bien hecho, bien terminado, pues “el obrar sigue al ser”.
Cristóbal Guillén

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