viernes, 7 de octubre de 2011

¿Puede un buen cristiano participar en política?

Por su puesto que sí.

Con frecuencia escuchamos a muchas personas decir que no participan en política, porque ésta es sucia.  Atendiendo a la práctica actual, no deja de haber cierto grado de verdad en tal afirmación. Sin embargo, si atendemos a la definición más simple y significativa de política, el arte de buen gobernar, no exageraríamos si decimos que es una labor a la que toda persona, con buenas disposiciones y rectamente formada, debería aspirar. Por su puesto, en primer lugar, el cristiano.

A la luz de la fe, el tema de la política y -desde luego- la participación del cristiano en la misma, no es algo que está simplemente relegado y tenido en poca estima.  El Magisterio de la Iglesia, siempre atento a los “signos de los tiempos”, ha iluminado siempre al respecto y ha estimulado a no dejar de lado la cuestión política.

Ante la pregunta que puede inquietar a muchos cristianos de si pueden participar en actividades de esta naturaleza, la Iglesia con su Doctrina Social ha respondido siempre afirmativamente, dejando grandísima libertad al respecto, siempre y cuando se atiendan diligentemente las grandes directrices de la enseñanza eclesial, sobre todo, en materia moral.

A los laicos corresponde, en primerísimo lugar, ordenar todas las realidades temporales hacia Dios, como medio específico de santificación.  De aquí que tengan responsabilidad primaria en la participación de las diversas actividades de los hombres en el mundo: en la cultura, en la economía, en la política, etc.  “Los fieles cristianos laicos –nos enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia- intervienen directamente en la vida política y social, animando con espíritu cristiano las realidades temporales, y colaborando con todos como auténticos testigos del Evangelio y constructores de la paz y de la justicia.” (n. 519)

El mensaje es inequívoco: Todo buen cristiano, debidamente formado –en la ciencia política y en la Doctrina de la Iglesia-, tiene la grave responsabilidad de intervenir directa o indirectamente en las acciones políticas, siendo consciente que de este modo contribuye a la construcción de una sociedad más justa, según Dios, en orden al bien común.

No obstante, debe advertirse que cada cual participa en nombre propio y no en nombre de la Iglesia.  Ninguna persona tiene derecho a “usar” la Iglesia como medio para “escalar” en política; nadie “representa a la Iglesia” en cuestiones políticas, sino que cada cual actúa en nombre propio y bajo su propia responsabilidad.

Cualquiera que piense que la política es sucia, debe tener en cuenta que precisamente, por esa misma circunstancia, mayor obligación tiene de intervenir, con el fin de contribuir, de algún modo, a refrenar esa podredumbre que corrompe las estructuras de la sociedad.  Si cree que nada vale la pena en las contiendas electorales, ha de cuestionarse él mismo sobre qué hace para contribuir y ponerle freno  -o, al menos, para reducir- el impacto negativo de esa situación.

“Los cristianos –dice el Vaticano II- deben tener conciencia del papel particular y propio que les toca en suerte en la comunidad política, en la que están obligados a dar ejemplo, desarrollando en sí mismos el sentido de responsabilidad y de consagración al bien común…” (GS 75)

Marvin Mundo

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